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Romero Salas Letter for news
Media Type
Letter for newspaper
Date
April 17, 1920
Media Name
El Mercantil de Manila
Publication at
“España en China: (Crónica de un viaje)" Manila [s.n.] 1921.
Authory
Romero Salas, Jose Maria
This letter is subtracted from:
Leonardo Pérez, Alvaro. 2019. “Abelardo Lafuente García-
Rojo (1871–1931), a Spanish Architect in China.” PhD
diss. Alcala Henares University. Annex 09.01, page 571.
This is a letter written in April 1920 by Romero Salas to his newspaper headquarters in Manila to describe what he found in Shanghai and to be published at the Spanish language newspaper called "El Mercantil de Manila" but it was collected as part of a book published in 1921 in Manila called "España en China (Crónica de un viaje)" because he found so many relevant things and Spanish's people that he decided to compile them all in a book.
Original Text in Spanish:
“No está completa, ni mucho menos, con los consignados en mi carta anterior, la lista de los concurrentes al Casino Candel. He citado tan solo a los más asiduos, entre los cuales, por cierto, me olvidé citar a Rafael Echegoyen, que está pasando un mes en esta latitud confortante, a Luis Irure, con residencia fija y algún otro.
Durante el día, y a distintas horas, entran y salen numerosos parroquianos y alguno que otro español, como D. Francisco Aboitiz, establecido aquí desde hace años con feliz éxito, D. Juan Mencarini amigo antiquísimo nuestro, que es una institución en todo el sur de China por sus buenos servicios a la administración internacional, por su profundo conocimiento de este país, por su cultura no común, y por sus excelentes dotes personales. Tanto él como su distinguida familia residen de asiento en Shanghái y goza de merecidos crédito y reputación, social y comercialmente.
Asoman también a la tienda de Candel de tiempo en tiempo las muy apreciadas señoras Vda. De Ros y de Del Pan, atraídas por el deseo de saber noticias de Manila y leer su prensa, con lo cual queda dicho que el número de El Mercantil que Candel recibe corre constantemente de mano en mano y de domicilio en domicilio.
Pero sin estar, ni con mucho, agotado el tema, y proponiéndome volver a él cualquiera (sic) otro día, quiero consagrar esta carta a la labor profesional de un compatriota de toda mi estimación que, por sus propios méritos y por la virtud de su encomiástico trabajo, se ha abierto ancho y luminoso camino. Aludo a Abelardo Lafuente, que para nadie en Manila es desconocido, y que en todos esos círculos sociales goza de grandes simpatías.
No basta, bien lo sabes, querido Alberto, la obtención de un título profesional para hallar expeditos todos los senderos de su ejercicio. El médico, el abogado, el ingeniero, el arquitecto, al salir de las escuelas, no han aprendido otra cosa que la disposición para explorar y cultivar el inmenso campo que la profesión ofrece. La ciencia médica, la del Derecho, y, en general, todos los conocimientos humanos, evolucionan constantemente y no hay día en que esta evolución no aporte una nueva enseñanza. Habrá un conjunto de ideas y de hechos fundamentales y fijos, pero esto no pasa de ser la cimentación de un edificio que, ya fuera de las escuelas, ha de labrarse el profesional por medio del estudio, de la observación o de la inventiva, apreciando todas las circunstancias de localidad y de tiempo.
La arquitectura, por ejemplo, que es el arte científico, o la ciencia artística, a que ha consagrado toda su atención y todos sus desvelos Abelardo Lafuente, es una de esas profesiones obligadas a constante renovación y en la que se ha de tener presente, como en ninguna otra, la ley de relatividad que subordina el trabajo a las exigencias del medio, del clima, del gusto público y de los materiales que se dispone.
Bajo este aspecto tan complicado, es enorme la diferencia que existe en el arte de la construcción entre Manila y Shanghái. Bueno es consignar, sin embargo,-a lo menos así lo dice mi observación,-que esta diferencia la hacen enorme, más que la oposición de caracteres climatológicos y otros de obligado reconocimiento, el apego que tenemos en Manila a la tradición y a la rutina, y el miedo pueril que detiene las innovaciones, porque yo afirmo, - y el porvenir me dará la razón, - que muchas de las construcciones que aquí veo y me encantan por su belleza y por su elegancia, son perfectamente adaptables a Filipinas, algunas, las más de ellas, sin practicar interior ni exteriormente ningún cambio.
Tenía yo cuando llegué a esta población y pude apreciar el campo tan extenso que en materia arquitectónica ofrece, especial interés en obtener de Abelardo Lafuente una información cumplida y documentada que me permitiese decir a los lectores de El Mercantil algo substancioso sobre el particular que desvaneciese, si alguno los tenía, el descreimiento, y los prejuicios que sugiere la novedad y, al mismo tiempo, sirviera a todos, creyentes y descreídos, de guía y de luz en sus proyectos.
Al principio de mi llegada tuve que contentarme con vagas referencias de otros amigos, y aún cuando todas eran satisfactorias, no llenaban las exigencias de mi interés y de mi deseo. Pero recuerdo que una tarde, pasando por una de las avenidas de la ciudad, que está poblada de residencias aristocráticas y suntuosas, me sorprendió agradablemente la fachada de un hermoso edificio dedicado, por cierto, a garaje(sic), como si se hubiera buscado de propósito el contraste entre su trivial destino y las grandezas y maravillas del arte.
Interrogué al que me acompañaba acerca de las particularidades que habían concurrido en aquella edificación, y éste, poniendo en sus palabras el acento del que confía un grato informe, me dijo: - “Esto lo ha construido un arquitecto español”. - ¿Y cómo se llama?” – Pregunté ansioso; - “Abelardo Lafuente”. Desde entonces hice el propósito firme de no dejar este asunto de la mano hasta que tuviera en mi poder, por propia confesión, todos los datos y antecedentes que me importaban.
En efecto, nos citamos una tarde, en la que vino a recogerme en su auto, conduciéndome a todas las obras que tiene actualmente en construcción y, a mi ruego, a algunas otras ya concluidas y habitadas.
Te digo, Alberto, que esa tarde figurará siempre en mi memoria como una de las más gratas que debo a Shanghái. Llevóme primero a un grandioso edificio de una sociedad americana destinado a club. Trátase de un caserón antiguo que es objeto de una transformación completa en lo principal y en lo accesorio, y al que se ha adicionado otro de nueva planta y de mayores proporciones. Yo no sé decirte dónde encontré más mérito, si en la erección de lo nuevo o en la reforma de lo viejo. En rigor, todo es allí de reciente complexión, todo mira a un solo objetivo y todo está subordinado a un pensamiento único. La obra, en conjunto y en detalle, vuelvo a decir que es grandiosa. Sus proporciones, su distribución, su ornamento constituyen otros tantos aciertos de Lafuente; y es de ver cómo están atendidas con desahogo, propiedad y riqueza todas las previsiones, todas las exigencias que demanda un edificio de esta índole, cuyo mantenimiento y conservación no se conciben más que con la concurrencia de recursos extraordinarios y ajenos (sic) completamente a la cuota de los socios.
No puedo entrar en detalles de lo que es aquello, porque se haría esta carta interminable. Bástate saber que, en mi correr por el mundo, he visto en España y fuera de ella muchos centros recreativos de gran importancia y monumental aspecto, pero, entre tantos, no hay muchos que superen a este de que estoy haciendo referencia.
De allí pasamos al “Star Garage”, aquella construcción que, al paso por su frente, me había impresionado tanto, y, ya en su interior, tuve oportunidad de apreciar la solidez y magnificencia del edificio en sus cuatro pisos, en el más alto de los cuales circulan los autos con la misma seguridad y el mismo desahogo que en el bajo, quedando igualmente sorprendido de su costo, que no pasó de $80,000.
Terminada esta visita, nos encaminamos a otro punto extremo de Shanghái donde, en medio de un extenso y bonito parque, se levanta el “Club Judío” la obra hasta hoy más completa de Abelardo Lafuente y también la más digna de admiración porque, dentro de las limitaciones de un presupuesto relativamente moderado, se ofrece una construcción amplia, sólida y artística, capaz por sí misma de honrar a la colectividad que la erige.
De ella te envío un croquis que quiero reproduzcas y acompañes a esta carta; pero aún siendo tan bello en sus líneas y proporciones externas, que es todo lo que alcanza a demostrar el diseño, el mayor elogio lo arranca en su interior, en el que están estudiadas todas las necesidades, y servidas con una amplitud y riqueza de detalles que maravillan. El salón de fiestas, si no tan rico y sobrado de perfecciones como el del “club americano” de que hablo antes, pues este carece de las pinturas, debidas a Ribera, un pintor español, aunque nacionalizado francés, que recorre actualmente estos países dejando una luminosa estela de arte, ni tiene el majestuoso (sic) y bellísimo domo que a los efectos de luz semeja cúpula de oro cincelado, es también en el club judío una obra encantadora. Uno y otro tienen tribunas espaciosas de las que puedan disfrutar aquellos socios que se contenten con ser meros espectadores de cuánto se dé en la sala, provista, además, la del “club judío”, de un lindo escenario.
Toda la inmensa galería que constituye el frente del piso bajo del edificio, tal como puede verse en el croquis, es de una deliciosa visualidad y de insuperable belleza. En este piso bajo están todas las dependencias del club; comedor, salas de recreo, biblioteca, guardarropa, saloncito de tertulia, cocinas, refrigeradora, máquinas de calefacción y cuanto puede reclamar el servicio más exigente de los socios. En el piso alto están los departamentos habituales para socios residentes o transeúntes que así lo deseen. Cada uno de ellos constituye un “apartment” bien entendido y confortable.
Aparte del edificio social, se halla construido otro en que se contienen un garaje (sic) capaz para doce autos, cocheras, cuadras con todos sus accesorios, habitación para la dependencia y, en general, cuanto reclama el servicio complejo de estas casas.
Este club se inaugurará solemnemente el diez de Mayo próximo. Teniendo en cuenta la profusión de detalles interiores que aún no están concluidos, ese plazo, impuesto en Manila, sería de imposible cumplimiento; aquí no, porque aquí se trabaja deprisa y muy bien y hay mucha gente que trabaja.
Extrañado yo de esa rapidez en la ejecución, sin mengua de la calidad de la obra, quiso Lafuente darme una demostración aún más complicada de aquella afirmación llevándome al efecto a larga distancia del club, donde estaba levantando otro magno edificio de ladrillo y cemento destinado a hospital de coléricos y con capacidad para trescientas camas. Hacía una semana que habían comenzado las obras y ya estaba terminada la cimentación y levantándose los muros. El hospital tiene que estar concluido y entregado el 4 de Julio venidero. ¿Es o no es esto un milagro?
Por la obra circulaba un enjambre de obreros, todos chinos, inteligentes, y su alineada colocación les daba toda la apariencia de un hormiguero humano.
Cuando nos retiramos de allí, en todo el trayecto hasta mi casa, Lafuente me fue dando cuenta y razón de todo el proceso de su lucha desde que llegó a Shanghái hasta hoy. A través de sus palabras en que palpitaban a la vez la confianza y la amargura, fue descubriendo todo el esfuerzo de que es capaz el hombre cuando se propone no ser vencido ni arrollado. Un arquitecto español, aquí donde abundan los de todas las nacionalidades, y especialmente los ingleses, a cuyo favor están todas las circunstancias y privilegios locales, necesita de una voluntad inmensa y de una resistencia invencible para abrirse paso. Lafuente lo ha logrado. El hecho de que la construcción del hospital de coléricos le haya sido encomendada por una entidad municipal sin haberlo solicitado ni saber a quién le debe, dice elocuentemente que ya es vencedor. Respecto al origen que haya podido tener este encargo, ya que su modestia no le permite descubrirlo, estoy en el deber de revelárselo; se lo debe a sus méritos, y yo me siento de ello orgulloso.
Tengo que concluir y aún no he dicho todo lo pertinente a este interesante tema. Ayer, curioseando por el despacho de Lafuente, descubrí diseños de proyectos en estudio o en planta de ejecución que merecen ser conocidos de esos lectores. Nada tendría de particular, y sería un acierto laudable, que en fecha no lejana se levantara en la zona comercial de Manila uno de esos edificios cuyo croquis te acompaño. Por su suntuosidad y grandeza de concepción, tanto exterior como interiormente, sería ahí entre nosotros un precioso ornamento de la capital y un exponente elocuentísimo del valer del que lo ha ideado.
Te advierto -y esto quiero lo consignes en letras de molde- que no cobro comisión por lo que sobrevenga, ni esta carta es un amistoso reclamo. Me la ha dictado la justicia, la ha acentuado el patriotismo, y la mando a El Mercantil por dos razones; primera, porque quiero que El Mercantil sea siempre portavoz de las causas grandes y legítimas; y segunda, porque contiene mucho de provecho para sus lectores.
Tuyo hasta la tumba.
Shanghai, 17 de Abril, 1920.”






